Creencias que nos amargan la vida

Todos tenemos un sistema de creencias personales, son fundamentales; nos dan seguridad, ayudan a dirigir nuestra vida, nuestro destino. Las creencias se aprenden, y el entorno familiar tiene una influencia fundamental. Cada familia tiene un sistema que determina la vida de los hijos, así como los padres fueron determinados por las creencias de los abuelos; se transmiten a un nivel intergeneracional. Sin embargo, tampoco es menos importante el aprendizaje en el entorno social, religioso, laboral o con la pareja. En cada núcleo de pertenencia del que formamos parte existen creencias que debemos compartir. Y lo mismo puede decirse de los grupos o personas de referencia que nos gustan, a los que seguimos, asumiendo sus ideales con la esperanza de ser como ellos. El ejemplo más evidente son las redes sociales.

Sin embargo, como psicólogos observamos a diario que algunas creencias, tanto heredadas, asumidas o construidas por nosotros, no son útiles; entorpecen nuestro bienestar, nos amargan la vida, bien sea por su propio contenido, por su intensidad, fanatismo o inflexibilidad. Dificultan una vida plena y espontánea. Por eso se les llama irracionales.

De Salud Psicólogos - Psicólogos MálagaCreencias que no ayudan, que hacen sufrir

Afortunadamente, una gran parte de nuestras creencias son útiles, son importantes referentes en nuestro comportamiento. No obstante, la vida cotidiana siempre está amenazada por el estrés psicológico. Hoy, más que nunca, padecemos de enfermedades psicosomáticas y trastornos emocionales que se explican por la presión de un entorno social y cultural cada día más exigente. Esto conlleva estilos de vida que estimulan formas de vivir que nos amargan la vida, aunque no nos demos cuenta, y que involuntariamente transmitimos a los nuestros. Y lo peor de todo, es que no solo no los cuestionamos, sino que los damos por absolutamente ciertos, por verdades inmutables.

Estas creencias tienen un carácter dicotómico; de todo o nada, de felicidad o desastre, de bueno u horrible. Como se ha indicado, muchas están determinadas por una sociedad más interesada en lo material, en el hedonismo, en las posesiones, en las apariencias, en la imagen; algunas provienen del interés en mantener concepciones con raíces religiosas que han mutilado la libertad y espontaneidad individuales; otras las hemos heredado mediante la educación paterna, a veces intergeneracional. Aunque, quizás las peores, son las que hemos asumido conscientemente en nuestra búsqueda de una imagen, de un estilo, de un ideal.

 Los ‘tengo que’

Con frecuencia, en nuestra consulta psicológica, algún paciente expresa contradicciones tales como ‘un amigo me ha pedido un favor… pero no me apetece hacerlo’. Cuando se le pregunta entonces por qué lo hace, te mira estupefacto; no concibe, ni se ha planteado, eludir una petición de alguien cercano. Dentro de su sistema de creencias existe un ‘tengo que estar para los demás’ que conlleva sensaciones de egoísmo y culpa si se incumple.

Los ‘tengo que’ son órdenes internalizadas resultado de nuestro sistema de creencias que conllevan formas de vida y de percibir la realidad. La mayor parte son automáticas, dirigen nuestro día a día. Nos las exigimos tanto a nosotros como a los demás, y se las enseñamos a los nuestros como el ‘orden natural de la vida, de las cosas’.

Cuando las seguimos nos sentimos bien, satisfechos. Por el contrario, cuando las transgredimos, nos invade la culpa o la ansiedad. En el caso de las creencias irracionales, suele haber un conflicto entre lo que se desea y lo que se considera que se debe hacer. Y es esta constante presión por mantenerlas lo que nos lleva a alteraciones emocionales importantes.

Habitualmente, resulta difícil que alguien rompa espontáneamente del encierro de estas creencias irracionales; no se concibe el mundo de otra forma, es lo que se ha aprendido. Es verdad que algunas personas, en situaciones extremas, se dan cuenta de las limitaciones con las que viven, y acaban rompiendo los corsés que han robado su espontaneidad y libertad. Desgraciadamente son pocas.

¿Cuáles son las creencias que nos amargan la vida?

Desde nuestra experiencia como psicólogos, hemos observado que, tanto por su contenido como por su inflexibilidad, son muchas y variadas; de contenido moral, social, religioso, sexual o laboral, entre otras. Algunas muy son frecuentes, se observan en muchas personas, son casi estándares actuales; otras son más personales, fruto de nuestra historia psicológica. Veamos las más extendidas y comunes:

  • Tengo que tener éxito, ser un ganador. Esta creencia irracional es el resultado de uno de los modelos sociales más letales para la salud mental, y tiene sus raíces en la cultura anglosajona. Lo vemos con frecuencia en las películas norteamericanas. El concepto de ‘ganador-perdedor’ suele basarse en la posesión de bienes materiales, de la posición laboral, del prestigio, del poder, del bienestar y abundancia económica. En términos de autoestima, si algo no se logra, se es un perdedor, y esta sensación arruina la salud psicológica de cualquiera. En una ocasión tuve a un paciente joven que decía que si antes de los treinta y cinco años no había logrado ser director general de una empresa ya era un perdedor. ¿Cómo se puede vivir así?.
  • Tengo que tener siempre las cosas claras. En muchos entornos se asocia la madurez personal con el tener siempre todo claro en la vida. Se admira a la gente que parece no tener dudas en ningún momento o lugar. ¿Quién ha dicho que debemos tener todo claro constantemente? Esta creencia irracional castiga el dudar, el no saber que hacer, el no tener un objetivo claro o el camino a seguir en un momento dado. Sencillamente, esto es inhumano, porque el dudar, el no saber, forma parte de nuestra naturaleza. Así, si alguien te reprocha ‘no saber lo que quieres en la vida’, puedes responder tranquilamente que no, que, en efecto, en este momento no lo tienes claro. No pasa nada, en absoluto te invalida como persona.
  • Tengo que estar siempre contento. Actualmente vivimos la dictadura de la felicidad, tan recientemente instalada en nuestras vidas y fomentada por la publicidad, la literatura y los medios de comunicación. Desde esta concepción, la tristeza y el desánimo no tienen espacio, no deben existir. Hay que estar contentos, ser positivos, mirar hacia delante. Si en un momento dado estás triste, hay que ir inmediatamente al médico a que te medique, o al psicólogo. Sin embargo, la tristeza y el descontento forman parte de la vida, igual que la alegría y la felicidad. Son los polos de una misma realidad. No podemos pretender estar siempre contentos y asustarnos si en un momento dado nos invade la tristeza. Pregúntate porqué estas triste, y vive esa tristeza hasta que se marche. Es lo mismo que haces cuando estás contento; hacerse el fuerte e ignorar los sentimientos no hace más que prolongarlos.
  • Tengo que ser feliz en la vida. Esta creencia es una extensión de la anterior, y es una de las losas que más pueden amargarnos la existencia. Nadie ha definido con certeza qué es la felicidad, pero es obvio que se trata de un sentimiento que escapa a nuestro control. Desde luego que podemos hacer cosas para mejorar nuestra vida, estamos obligados. Sin embargo, somos esclavos de los estereotipos audiovisuales, literarios o, sencillamente, de la imagen que otros venden en las redes sociales. Compulsivamente compramos, buscamos poder y admiración intentando ser felices, pero la felicidad plena no llega. Dice Orhan Pamuk, el escritor, que nunca somos conscientes de vivir los momentos más felices de nuestra vida mientras los estamos viviendo. Por lo tanto, cuanto más se trata de atrapar la felicidad, más se escapa.
  • Tengo que estar para los demás. La creencia del servicio a otros antes que a uno mismo está muy arraigada en nuestra cultura y tiene fuertes raíces religiosas. Dicha creencia asume que siempre hay que pensar en los demás antes que en uno mismo. El no hacerlo es egoísta y produce sentimientos de culpabilidad. En efecto, hay personas que se sienten llenas por sacrificarse por otros. Pero también pueden existir razones personales, basadas en la inseguridad o el miedo al abandono; en estos casos, anteponer los deseos de los demás a uno mismo es un precio a pagar por la seguridad. Cuando esta creencia se aplica estrictamente, el coste psicológico es atroz. Incluso, cuando te das cuenta del exceso de atención que prestas a otros, te acabas diciendo a ti mismo, ‘bueno, total no me cuesta nada’, para no enfrentarte a la situación. Es evidente que todos debemos amabilidad y atención a las personas que nos importan, pero no hasta convertirlas en más importantes que nosotros. Hay que ser amable y servicial, pero priorizando siempre tus intereses. El balance entre lo que haces por ti y por los demás debe estar siempre a tu favor.
  • Tengo que estar sano. En principio, es un objetivo admirable. Sin embargo, cuando se convierte en ‘tengo que estar muy sano’ empiezan los problemas. Esta creencia se basa tanto en el temor desmedido a la enfermedad como en la necesidad de una imagen física y psicológica impecable frente al entorno: Deporte constante, gimnasio casi a diario, comida muy sana, cálculo obsesivo de calorías, yoga y meditación, etc. Es obvio que tenemos que cuidarnos, pero si estas prácticas son inflexibles e invaden una gran parte de nuestro tiempo, tenemos un problema. La moda de la salud, tendencia social hedonista que hace tiempo entró en nuestras vidas con eslóganes tan tóxicos como ‘eres lo que comes’ o ‘eres lo que haces’, ha tenido un fuerte calado tanto en espíritus hipocondriacos, como entre los esclavos de la imagen. De nuevo, las redes sociales nos muestran a diario hasta qué punto se puede perder la cordura y caer en la simplicidad en este sentido. Hoy en día estás fuera, no existes, si no tienes un gimnasio, un entrenador personal, un nutricionista, un fisio o un profesor de yoga.

  • Tengo que ser independiente. Si entendemos la independencia como el no depender de nadie, todos los intentos están condenados al fracaso. Sencillamente, esta creencia es contraria a la propia naturaleza humana, y quienes lo han intentado, han acabado medicados, en la consulta de un psicólogo o de un psiquiatra. Frecuentemente, se nos vende este estilo de vida, asociado al éxito. Hay dos razones que lo sostienen: el miedo al rechazo y el deseo de transmitir una imagen atractiva, aunque, frecuentemente, ambas se entremezclan. En el primer caso, el deseo de independencia oculta al temor al compromiso, a la cercanía, a ser rechazado ante las dudas de la propia valía personal; por otra parte, socialmente se valora mucho la imagen del hombre o mujer con su apartamento propio, su coche, su trabajo, y su vida en general ajena a compromisos afectivos. Este estilo de vida fomenta la hiperactividad, el tener muchos amigos, aunque sin vínculos sólidos. Ser dependiente es un insulto, un defecto. ¿Qué tiene de malo depender de quien nos importa?.
  • Tengo que hacer todo bien. Esta creencia es propia de los perfeccionistas. Implica una supervisión constante de lo que se hace o se dice, así como terror al error. Un fallo, un descuido, una frase inapropiada en un momento dado, produce sentimientos de ridículo, de inadecuación, de fracaso. Cuando, en determinados momentos, el miedo es muy intenso, aparece la procrastinación (el equivalente de la parálisis), o el aislamiento social. En una sociedad tan competitiva como la nuestra, que valora tanto la imagen, los errores no son bien vistos. El fantasma del fracaso siempre acecha. Quienes sufren esta creencia sienten que equivocarse no es de sabios, sino de inútiles o fracasados; que la valía, estar bien en la vida, implica hacer las cosas bien, lo correcto. Aceptar los errores y fracasos, como algo inevitable y propiamente humano, supone descansar y ver la vida de otra forma, menos peligrosa, implacable. El constante temor al ridículo, al fracaso o al rechazo pueden realmente amargarte la vida. No olvides que lo atractivo en una persona es lo propiamente humano, no lo perfecto.
  • Tengo que caer bien a los demás. Sería fantástico que todo el mundo nos apreciase, pero no siempre depende de nosotros. Tiene sentido hacer esfuerzos por lograr la simpatía de quien nos interesa, pero no te puedes inmolar en el intento. Hay que tener en cuenta que la ‘química’ entre las personas depende de muchos factores, no solo de lo que tú hagas. Con frecuencia, tratamos de ser excesivamente serviciales, de sorprender, de agradar: ponemos nuestra mejor sonrisa, hacemos lo que nos piden, buscando la aceptación. El resultado es que tu autoestima acaba dependiendo de la simpatía que otros te ofrecen. Si los esfuerzos exceden lo que eres de verdad, el resultado es una imagen artificial que conduce al agotamiento, a la inseguridad y al miedo. Muchas personas se refugian en la hiperactividad intentando sorprender, gustar, ofreciendo una imagen muy distante de lo que son. ¿Cuál es la realidad en la que se apoya esta creencia?. Pues que no te gustas del todo y crees que tienes que hacer cosas por conquistar el aprecio de los demás.
  • Tengo que aprovechar siempre el tiempo. Esta obligación se sustenta en la creencia irracional de que la inactividad, descansar en un momento dado, es improductivo, inapropiado. Dicha creencia tiene fuertes raíces sociales y económicas, la cultura del esfuerzo, donde trabajar mucho está bien visto. Hacer algo útil el fin de semana es imprescindible, pero pasar la tarde de domingo en un sofá es inaceptable. En cierto sentido, ocio e improductividad son sinónimos en la mente de muchas personas. Aprovechar el tiempo con este planteamiento significa llenarlo de tareas significativas, útiles, productivas. Nos han enseñado a estar en movimiento, activos. Es la cultura del materialismo, de la productividad. Quienes más sufren esta creencia son víctimas de una imagen con la que pretenden callar sus autocríticas y exigencias personales, probablemente heredadas de la familia o del entorno. Sin embargo, el descanso también es productivo.
De Salud Psicólogos - Psicólogos Madrid¿Podemos abandonar estas creencias?

Como hemos indicado, son muchas la creencias que pueden amargarnos la vida. Algunas son muy comunes, como las descritas; otras son específicas de un entorno, de una persona. Pero, ¿podemos abandonarlas?. No es fácil, pero se puede. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de las veces no las percibimos conscientemente, forman parte de nuestra rutina cotidiana.

Ante todo, como psicólogos recomendamos darse cuenta de los malestares que sufrimos e identificar las creencias que los sostienen. Haz una lista, escríbelas. Analiza la lógica e inflexibilidad con las que las mantienes y lo que realmente te han aportado. Observa cómo actúan otras personas sin estas creencias; imítalas, prueba a transgredirlas poco a poco, a ver qué pasa, verás que no se hunde el mundo, que no hay ningún desastre. Hasta ahora, has asumido con la mayor naturalidad que las cosas son así, que es lo normal. Pero ya has visto el coste sobre tu bienestar.

Por otra parte, y sin darte cuenta, has educado y seguramente presionas a los tuyos, a tu entorno, para que actúen de la misma forma; te cuesta aceptar a otras personas con creencias más flexibles. Es evidente que así puedes tener problemas, si no los ha tenido ya, con tu familia, hijos, amigos o compañeros de trabajo. Tienes que ser consciente de que el mismo malestar que has estado sufriendo, lo puedes estar produciendo a tu alrededor, entre los que más quieres. Por eso, es imprescindible analizar no solo lo que te hace sufrir a ti, sino como estás haciendo sufrir a otros. Analiza las problemas que tienes con los tuyos, estudia las creencias que se encuentran por debajo, haz igualmente una lista, cuestiónalas, prueba a abandonarlas desde las más pequeñas y con menor fuerza sobre ti, a las más potentes. Poco a poco, día a día.

La finalidad es librarte de los frenos y corsés en los que vives, quedarte con lo que te es útil y desechar lo que te da problemas. Si bien las creencias son necesarias en nuestra relación con el entorno, algunas provienen de costumbres, hábitos o modas que hemos absorbido y que por su contenido tan ilógico, irreal e irracional, nos acaban amargando la vida.

 

(En la revista El Publicista podrás encontrar publicada una versión adaptada y reducida de este mismo post con el título ‘Diez formas de ahogarte en la vida’)

José de Sola
DE SALUD PSICÓLOGOSPsicólogos en Madrid / Psicólogos en Málaga

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Publicado en Psicología y salud.