El sentimiento de vacío o vacío existencial personal se encuentra desgraciadamente muy extendido en nuestra sociedad. No se trata en sí mismo de un trastorno psicológico o psiquiátrico; es una sensación honda que padecen muchas personas cuando su vida parece no tener una finalidad, un sentido.
Según el psiquiatra Vicktor Frankl, el sentimiento de vacío es propio de las sociedades modernas en donde la pérdida de muchas tradiciones que antes obligaban y dirigían nuestras vidas ha dado paso a una libertad y comodidad social que, en muchas ocasiones, no sabemos gestionar en nuestro beneficio. Antaño, nuestra vida estaba regulada por tradiciones religiosas, obligaciones familiares; no teníamos que elegir, nuestra vida estaba en muchos sentidos programada. ‘Las tradiciones cumplían la misión del contrapeso de su conducta, y ahora se diluyen en la sociedad moderna a pasos agigantados … Ya no se conservan las tradiciones que indicaban los comportamientos socialmente aceptados; en ocasiones se ignora hasta lo que gustaría hacer. En su lugar se desea hacer lo que otras personas hacen (conformismo) o lo que otras personas quieren que se haga (totalitarismo)’, dice Frankl (‘El hombre en busca de sentido’, 1946).
En este mismo sentido, E. Fromm, filósofo y psicólogo también del pasado siglo XX, indicó que en el proceso de volverse libre, los seres humanos viven sentimientos de desesperanza que no desaparecen hasta que orientan sus vidas en un sentido concreto y reemplazan el orden que conocían antes. Desde este punto de vista, un sustituto fácil es someterse a un sistema autoritario que sustituya el orden anterior con una apariencia diferente, pero con la misma función de eliminar la incertidumbre, indicando qué pensar y cómo actuar en cada momento, indica Fromm (‘El miedo a la libertad’, 1941).
Esta pérdida, por tanto, de referencias en favor de una libertad que antes no existía, con un mayor tiempo libre con el que no se sabe con frecuencia qué hacer, explica a nivel social que, en muchas ocasiones, se prefiera el conformismo personal o el sometimiento a entornos o sistemas regímenes autoritarios. El problema no es, por tanto, recuperar lo anterior, sino saber cómo dar un nuevo sentido a nuestras vidas aprovechando la libertad ganada a lo largo de la historia.
¿Qué es el sentimiento de vacío?
Desde un punto de vista social, ya hemos visto que el no saber que hacer con la libertad lleva a veces a preferir entornos y sistemas que dirijan nuestra conducta. Desde aquí se derivan muchas formas de conformismo y el sometimiento a una autoridad, bien sea en sistemas familiares, de pareja, laborales, interpersonales, o a un nivel político-social en general.
Desde una perspectiva individual, uno de los síntomas físicos más llamativos del vacío existencial que refieren muchos pacientes es la sensación física de ‘tener un agujero o vacío en el pecho o en la boca del estómago’. A un nivel psicológico, el vacío existencial se manifiesta, a grandes rasgos, en un estado de inquietud, desasosiego, tedio, aburrimiento, de apatía, de que falta algo en la vida, pudiendo derivar en:
- Ansiedad, tristeza, depresión.
- Adicciones al alcohol u otras drogas.
- Compulsiones al sexo, al juego o a las compras, tecnologías, entre otras posibles.
- Bulimia o atracones con la comida.
- Abuso de tranquilizantes u otros psicofármacos.
- Aumento de la dependencia personal y psicológica hacia otras personas con una sumisión fruto de un deseo constante de aceptación.
- Ideación suicida.
Sin embargo, el vacío personal también puede llegar a compensarse mediante manifestaciones socialmente aceptadas, tales como la búsqueda compulsiva de placer y vigor sexual, la adicción al trabajo, la inquietud o búsqueda de constantes sensaciones, la obsesión por determinados estilos de vida saludables con la consiguiente dependencia de la propia imagen corporal, la voluntad ansiosa de poder, de estatus social, de apariencia e imagen social, así como de ganar dinero de forma obsesiva, no por necesidad, sino por la sensación de poder personal que conlleva.
Así, muchas formas de narcisismo, se basan en esta sensación o sentimiento de vacío: se depende constantemente de los demás en la medida en que se espera una constante atención o admiración, lanzándose constantemente señales para ser vistos, con grandes sentimientos de desesperación y ansiedad cuando no se logra. De aquí se desprende que esta sensación de vacío sea en algunos casos el caldo de cultivo de diversos tipos de trastornos de personalidad.
Dar sentido a nuestra vida
Como psicólogos, hemos visto con frecuencia muchas crisis psicológicas tras la jubilación, cuando los hijos se marchan de casa, o en periodos en donde se interrumpe la constante actividad del trabajo u otro tipo de actividad.
Lucía, una paciente que estuvo con nosotros en tratamiento psicológico por depresión en Málaga, nos decía hace poco tener ideas suicidas tras su jubilación. Es soltera, no tiene pareja ni hijos, y tras una vida totalmente focalizada y determinada por su trabajo, no sabe que hacer con su tiempo, con su existencia. Antonio, por otra parte, tras sufrir un accidente que le lesionó gravemente un brazo, nos aseguraba, después de ser operado, que si no lograba recuperar totalmente la movilidad de dicho brazo, pensaba tirarse por una ventana.
Son muchos los casos de este tipo que, como psicólogos, enfrentamos diariamente en nuestra consulta. ¿Es justo que el sentido de nuestra vida dependa de un trabajo o del aspecto de nuestro cuerpo?. Seguro que no.
Es importante, por tanto, tener actividades que nos gusten, trabajos que nos llenen, relaciones que nos agraden, llenarnos de obligaciones que nos satisfagan, tanto con nosotros mismos como con los demás, sin caer en la dependencia emocional con otros o las compulsiones u obsesión con nosotros mismos. El sentido de nuestra vida lo hemos de buscar para con nosotros y para con los demás.
No hay una fórmula mágica para dar sentido a nuestra vida; cada persona es un mundo con necesidades diferentes. Sin embargo, tiene lógica pensar que dicho sentido no se lo podemos otorgar a cosas pasajeras, como el poder, el dinero o la imagen corporal, por ejemplo, ni tampoco le podemos exigir a otras personas la responsabilidad de dar sentido a nuestras vidas.
Al mismo tiempo, tenemos que estar siempre dispuestos a reorientar de forma constante nuestros objetivos, nuestro sentido de la existencia. La vida es un constante cambio, y nosotros debemos acompañarla en esta evolución para poder disfrutar plenamente.
En suma, si antiguamente nuestra existencia estaba determinada por tradiciones y normas que limitaban nuestra libertad, ahora somos nosotros los que debemos dar sentido a esta libertad determinando los cauces por los que tiene que transcurrir nuestra existencia.
José de Sola
DE SALUD PSICÓLOGOS / Psicólogos en Madrid / Psicólogos en Málaga