Artículo publicado en El Publicista con el título: ‘Yo en mi burbuja’: El Síndrome de la cabaña. Mayo, 2020.
En las consultas psicológicas estos días encontramos a dos tipos de pacientes: Aquellos que desean como locos volver a salir, recuperar sus contactos, su vida cotidiana y, por el contrario, los que temen regresar a la normalidad, enfrentarse a una rutina y a un entorno que siempre les inquietó. Estos últimos parecen haber encontrado un espacio de seguridad en casa, lejos de lo que les asustaba o no les gustaba.
El Síndrome de la cabaña
En estos días se habla mucho del ‘Cabin Fever’, ‘Fiebre de la Cabaña’, ‘Síndrome de la Cabaña’ o también ‘Síndrome de la Soledad Inquieta’ (SSI). Se trata de un cuadro clínico que hace referencia al estado al que llegan algunas personas tras un aislamiento social prolongado, con episodios depresivos leves, crisis nerviosas y búsqueda de una compañía que les libere de emociones invasivas catastrofistas respecto de ellos y de los demás. La característica más destacable es la falta de autocontrol y de autorregulación.
En general, las alteraciones psicológicas suelen ser amplias y variadas, algo ya observado desde principios del siglo pasado en personas tras muchos meses de aislamiento, soledad y aburrimiento. Es el caso de los colonizadores de EEUU y Canadá que padecieron sensaciones que describieron como «locura de pradera» o «locura de montaña». Pero también puede observarse en personas encarceladas, vigilantes de faros o enfermos tras largos periodos de convalecencia y aislamiento por enfermedad.
En los años 80 el doctor Rosenblatt realizó un estudio con habitantes de Minnesota que vivían en estas circunstancias. Entre los síntomas más frecuentes encontró sensación de desasosiego constante, aburrimiento, letargia, dificultades del sueño, de la alimentación, depresión, inquietud, irritabilidad, así como un consumo notable de bebidas alcohólicas. Igualmente, estas personas, con sus estados de ánimo, podían influir y afectar negativamente a otras.
Sin embargo, aunque los trastornos derivados del aislamiento eran frecuentes, también se observó a otro grupo que parecía adaptarse, se acomodaba, prefiriendo la soledad. Y esta es la realidad que estamos viviendo: Mientras unos no soportan el aislamiento, otros encuentran tranquilidad en él. Como veremos, esto tiene una estrecha relación con el perfil de personalidad de cada uno.
Me muero de ganas por volver a la calle
Verse recluido por tiempo indefinido, abandonar el contacto con amigos, compañeros, parejas o actividades habituales de ocio puede derrumbar psicológicamente. Sabemos, desde diversos estudios realizados con animales y humanos, que factores como el calor, la falta de espacio y de estimulación son capaces de alterar nuestro estado anímico, nuestra percepción del entorno y de nosotros mismos con conductas de irritabilidad, tristeza y hostilidad.
Por mucho que nos hayamos intentado adaptar al teletrabajo, los ejercicios físicos en casa, los aplausos a las 20 h. o las videollamadas, para muchas personas sigue faltando la estimulación directa, el espacio y la capacidad de movimiento físico.
En general, las más afectadas son personalidades principalmente extrovertidas, sociales o con múltiples ocupaciones fuera de casa. Son las que muestran una mayor inquietud, irritabilidad, ansiedad, estrés o depresión. Para los que están solos, sin nadie a su lado, la situación es notablemente peor, con estados alterados de percepción de la realidad y de uno mismo ante la escasez de estimulación social directa.
Esta situación no es el mejor momento para grandes decisiones. La percepción de nuestra realidad y del entono puede verse alterada. Es mejor esperar.