Como psicólogos nos resulta interesante ver cómo nuestro sistema actual de relaciones personales, sociales y con el mundo ha cambiado radicalmente en los últimos años con las redes sociales. Hemos pasado del contacto personal a tener múltiples amistades virtuales que no conocemos, que nos sorprenden, nos influyen y a los que también queremos sorprender e influir.
Pero también las redes sociales se han convertido en el principal medio de información de muchas personas, por encima de la prensa, radio o televisión. Sabemos que una parte importante de la población se mantiene informada a través de los posts, lo que ha supuesto un espléndido caldo de cultivo de las ‘fake news’ y bulos capaces de generar actitudes y comportamientos extremos sobre informaciones falsas.
Todo esto ha sacado frecuentemente lo peor de nosotros: Un enfermizo culto a la propia imagen, el narcisismo de aparentar, propagar información falsa o, lo que es peor, creerse todo lo que se ve en las redes.
Ya en 2010 Nickolas Christakis y James H. Fowler, en su libro ‘Conectados’, analizaron el poder e influencia en nuestros comportamientos y estados emocionales que ejercen las redes sociales. No solo somos capaces de influir o de ser influidos por nuestros contactos directos, sino también por los contactos de nuestros contactos.
Pero, ¿qué hay tras el afán de engañar o de dejarse engañar?.
Soy feliz, tengo éxito, ¿y tú?
¿Realmente todo el mundo es tan feliz, o tiene tanto éxito como vemos en las redes?. Por supuesto que no. Eso lo sabemos todos y, sin embargo, muchas personas no logran escapar a esta influencia. Para muchos es irresistible el deseo de mostrarse, gustar, exhibirse, aunque no sea cierto todo lo que se publica. Ese enfermizo deseo de gustar lleva frecuentemente a una falsedad o exageración que acaba teniendo un impacto negativo en quien lo lee.
En efecto, este comportamiento influye negativamente en otras personas, afectando sus estados de ánimo, comparándose y sintiéndose inferiores. Consideran que sus vidas son miserables, se ven menos válidos, lo que con frecuencia produce tristeza o depresión. Esto ocurre con más frecuencia en fechas clave como el verano o las navidades, en donde crece el afán por mostrar y aparentar y nuestra sensibilidad es mayor.
En ambos casos, como psicólogos, hemos visto que tanto con el que engaña como con el engañado, tenemos un problema real de inseguridad y falta de autoestima. Quien se exhibe y habla de su felicidad y éxito utiliza con frecuencia las redes para autoconvencerse de que es real. Mostramos comidas sanas y deporte (aludiendo a lo sensatos que somos con la salud), viajes (muestra de felicidad y posibilidades), casas decoradas (poder y economía), momentos de diversión (lo bien que nos trata la vida) o, lo que es peor, mostramos a nuestros hijos sin miedo ni pudor. A este último fenómeno se le ha llamado ‘sharenting’ y tiene importantes peligros además de connotaciones éticas sobre el derecho a la privacidad de los menores. Utilizamos su imagen para mostrar nuestra felicidad, orgullo y satisfacción.
En general, si lo pensamos bien, una persona feliz, segura, que se gusta a sí misma, no necesita exhibirse, convencer a los demás; le basta su propia convicción de lo que es, de lo que tiene, de su felicidad. Nunca ha sido más cierto en este caso el refrán ‘dime de lo que presumes y te diré que te falta’. Por todo esto, no te creas todo lo que ves de los demás en las redes. Desconfía de quien necesita fotografiarse constantemente, mostrar su físico, lo bueno que hace cada día, lo feliz que es, lo que tiene, o lo bien que le van las cosas. Intenta convencerse, convenciéndote a ti, porque no lo tiene tan claro.
Mira que guapa soy, qué bien bailo, qué tipo tengo
Dentro de todo esto, no hay nada más dramático o cómico que ver a una persona haciéndose ‘selfies’ con caras, morritos y sonrisas de felicidad forzadas en los sitios más insospechados. A esto se han añadido recientemente los llamados ‘reels’ o videos cortos, auténticas plataformas para exhibicionistas que necesitan mostrarse, no pasar desapercibidos, destacar frente al entorno.
Desde luego que no hay nada malo en fotografiarse a uno mismo, en grabarse un vídeo bailando o haciendo cosas graciosas. Pero, realmente, pregúntate, sincérate a ti mismo con qué intención lo haces: ¿para divertirte, para mostrarte, para gustar y añadir seguidores virtuales a tu perfil?. Porque en efecto, el número de seguidores, los ‘me gusta’, para muchos es el termómetro de su existencia, de su autoestima. Y esto es insano.
Diversas investigaciones ya han mostrado una fuerte relación entre el uso y abuso de las redes sociales y la tendencia a la depresión, ansiedad y baja autoestima. En otras palabras, el perfil y personalidad de las personas a las que estamos describiendo se caracteriza por la inseguridad y sensación de falta de valía personal, lo que les deja siempre al borde de una tristeza, vacío y ansiedad que pueden intentar compensar con las redes sociales de forma compulsiva.
Vamos a contar mentiras
Uno de los problemas más actuales es la utilización de las redes sociales para mentir, con fines o propósitos muy definidos (políticos, económicos, personales) o de forma inespecífica. En ambos casos, quien escribe sabe que miente, que está lanzado un bulo intencionado o una ‘fake news’. En ocasiones es con un propósito y objetivo definido, mientras que otras veces proviene de personas fabuladoras, con gran afán de protagonismo y notoriedad.
Esencialmente hay tres razones que explican la mentira en las redes sociales
- Como medio publicitario de intoxicación o influencia política, algo que vemos constantemente durante las campañas electorales. Se miente sin ningún tipo de pudor, porque se sabe que hay gente que cree todo lo que se publica en las redes y lo comparte, facilitando su difusión.
- Por el egocentrismo personal de ver como un bulo se comparte llegando muy lejos. Aquí la gratificación estriba en observar como la mentira ha logrado ser muy compartida dando, si puede ser, la vuelta el mundo. Esto es muy antiguo, y hace ya mucho tiempo se hacía enviando cartas que debían ser reenviadas a otras personas, con la promesa de éxitos personales o la amenaza de enfermedades o desgracias.
- Por intentar convencernos a nosotros mismos de que somos mejor de lo que creemos. En este caso, se miente con la propia vida personal; amigos que no se tienen, felicidad que no se siente, éxito profesional que no existe, etc. Esto también es antiguo; se miente para encubrir debilidades, complejos. Uno acaba convenciéndose de ser mejor engañando a otros. Y al final se lo cree.
La mentira como arma social, política o personal no es nuevo ni propio de las redes sociales. Sin embargo, obliga a incrementar nuestra cautela, principalmente si somos sensibles o influenciables en exceso.
La curiosidad mató al gato
Con frecuencia, en nuestra consulta de psicología, nuestros pacientes nos cuentan lo tristes e inferiores que se sienten al ver en las redes sociales el éxito y lo felices que son los demás. La curiosidad es humano, y en ella se basa el éxito de las redes sociales. Nos gusta, no podemos resistirnos, ver y saber lo que hacen otros. Y es ahí en donde nos pillan y afectan nuestros estados de ánimo las mentiras, medias verdades, exageraciones o deseos de aparentar de los demás.
La curiosidad humana ha alimentado siempre buenos negocios, como por ejemplo, las revistas del corazón. ¿Quién no se ha sentido desdichada o desdichado viendo el nivel de vida de esos personajes de revista?. Sin embargo, no puedes dejar de comprarla, aún sabiendo que una parte muy importante de esos reportajes son montajes y que algunos de sus protagonistas viven de eso, de tu curiosidad.
No tiene nada de malo que te entretengas viendo la vida de otros, pero, por favor, date un poco de cariño, valora lo que eres, para no alimentar el ego de otros influyendo en tus estados de ánimo. No puedes permitirte que informaciones que, con toda probabilidad pueden falsas o exageradas, alteren tu estado de ánimo y la percepción que tienes de ti.
El amor de los demás no se logra con la admiración
Por el contrario, a ti que te gusta que te vean, que te gusta mostrarte, sea o no cierto lo que publicas, ten en cuenta que el cariño o aprecio de los demás no siempre se logra mediante la admiración. Admiración y amor no siempre se relacionan.
Muchas personas dedican su vida a lograr poder, éxitos económicos, deportivos, académicos o laborales, esperando el aprecio de otros. En efecto, frecuentemente logran esa admiración y respeto, pero no siempre consiguen ser tan queridos como desean. Normalmente a la persona que se admira se la respeta, pero no siempre se la quiere. Una cosa no lleva necesariamente a la otra. Las parejas, amistades o relaciones sociales basadas en la admiración suelen ser frágiles y están supeditadas al mantenimiento del éxito.
Paradójicamente, las debilidades humanas producen mayor proximidad de lo que se cree. Una persona que sabe mostrar abiertamente lo bueno y malo de sí misma, sin miedo y sin caer en el victimismo, acaba logrando mayor cariño y cercanía. Porque, en efecto, nos vinculamos más con lo propiamente humano que con lo admirable.
Este es uno de los mayores errores que cometemos en la vida, pensar que tenemos que ser admirables, tener algo, para que los demás nos quieran. El verdadero amor no se basa en lo que se tiene, sino en lo que se es, con todo lo bueno y malo. Todo aquel que ha enfocado su vida al éxito pensando que logrará el cariño que siente haberle faltado, como psicólogos hemos observado que se convierte en un esclavo de su propia imagen, de la que pende siempre su vida y su autoestima.
José de Sola
DE SALUD PSICÓLOGOS / Psicólogos en Madrid / Psicólogos en Málaga