Con frecuencia cuesta poner límites a los demás, ya sea con la familia, con la pareja, con los amigos o en el trabajo. Para algunas personas, en general, esta es su forma de ser; en otros casos, la problemática se circunscribe a determinados contextos. Incluso puede darse el caso de mostrar inhibición en el trabajo, y una total desinhibición en el resto de los ámbitos, incluso con malas formas.
Al saber poner límites de forma educada y elegante se le llama también asertividad, y forma parte de las cualidades que definen la llamada ‘inteligencia emocional’. Esto significa que ser asertivo nada tiene que ver con la brusquedad y agresividad. En efecto, hay personas excesivamente directas que se vanaglorian de ‘ir a las claras’, de decir siempre lo que piensan, sin tener en cuenta que a no todo el mundo puede apetecerle saber lo que pasa por su cabeza. En estos casos, aunque se pongan límites, la forma de hacerlo da más problemas que ventajas, siendo por tanto una muestra de escasa inteligencia emocional.
Por ello, saber poner límites es una de las mayores muestras de cariño hacia nosotros mismos, por encima de las expectativas o deseos de otros. Y cuando lo hacemos de forma asertiva e inteligente, estamos mostrando el mismo respeto a los demás, aunque se nos pida lo que no estamos dispuestos a dar. Por el contrario, no saber poner límites nos lleva a una insatisfacción permanente, a la ansiedad, hostilidad encubierta así como a una pérdida de nuestra estima personal.
¿Por qué cuesta tanto poner límites?
En la base de esta inhibición, existe la idea irracional de que, si decimos no, somos malas personas o los demás se van a molestar con nosotros. Si lo llevamos a un extremo, la única forma de mantener el cariño y un equilibrio con el entorno es la disposición a entregarse en todo. Por eso, negarse causa miedo; está en juego el cariño o la atención que se busca en los demás.
Analizándolo en detalle, el temor a poner límites suele basarse en el deseo de agradar a quien nos agrada o a quien necesitamos, priorizando sus necesidades antes que las nuestras. También existe en algunas personas la tendencia a hacerse responsables de los problemas de otros; han decidido ser ‘salvadores’ sin que nadie lo pida, y siempre están disponibles.
Sin embargo, es el sentimiento de culpa ante una negación, la importancia al ‘que dirán’, el miedo a parecer una mala persona, el conflicto, el rechazo o posibilidad de un abandono, lo que determina esta inhibición.
El trasfondo es una baja autoestima en donde se valora más a los demás que a nosotros mismos; pensar que cualquier persona es mejor que nosotros y que, en definitiva, la única forma de mantener la relación es ser servicial y estar siempre dispuesto.
No obstante, en la consulta hemos observado que también es muy relevante el peso de la educación recibida. En efecto, determinados estilos educativos pueden ser sumamente restrictivos con mensajes como ‘no molestes a los demás’, ‘sé amable’, ‘no destaques mucho’, ‘sé servicial’, ‘no presumas’, ‘sé humilde’, ‘ten contenta a la gente’, etc. Dichos estilos acaban produciendo el sentimiento de que es de mala educación y egoísta poner límites, de sentirnos orgullosos de nosotros, de destacar en exceso. Esta pedagogía se basa en la complacencia y en el servicio a los otros, por encima de nosotros. Más de un paciente nos ha comentado lo difícil de les resulta darse valor frente a los demás, por miedo a parecer maleducados.
Los límites en la pareja
Muchas personas viven la relación de pareja en un estado de temor constante a perderla. Probablemente sienten que lo que tienen es mucho más de lo que jamás hubieran creído poder tener, que son inferiores o valen menos que su cónyuge. También puede ocurrir por la educación recibida; les han enseñado que la pareja es un entorno sin límites del uno con el otro, y en donde establecer determinadas barreras personales es propio de una mala pareja, de ser egoísta, de no saber querer.
Muchas de las llamadas ‘muestras de amor’ en la pareja no son más que violaciones de la propia dignidad y derechos como personas. ‘Si no me haces caso, es que no me quieres lo suficiente’, ‘Si no me cuentas todo lo que piensas es que no confías y, por lo tanto, no me quieres’, ‘Si no haces lo que te pido, no tiene sentido que estemos juntos’, ‘Si me quisieras estarías más pendiente de mí y de lo que me gusta’, etc.
Es decir, en estos casos, la relación de pareja se concibe como un entorno en donde los límites personales no deberían existir, en donde la individualidad se interpreta como desatención, egoísmo o falta de amor.
Los límites con los hijos
Educar a los hijos sabiendo poner límites es una necesidad que no todos los padres acaban de entender. El deseo de querer ser buenos padres, de huir de los esquemas paternos tradicionales vividos, o el miedo de dañar a los hijos limitando sus deseos, puede convertir a éstos en personas narcisistas, dependientes e inseguras. Y en muchas ocasiones, en auténticos monstruos incapaces de respetar los límites de los demás.
Los niños necesitan seguridad, y paradójicamente dicha seguridad solo la obtendrán con una educación basada en el cariño y la cercanía, pero con límites claros. Un niño no puede sentir que tiene derecho a todo lo que desea en todo momento, que pueda hacer, pedir y decir lo que quiera.
¿Cuál es el problema?. Pues que los padres quieren ser muy buenos padres entendiendo que la bondad con sus hijos es la clave de su educación, aunque en el fondo dichos padres están mostrando sus propios miedos e inseguridades en la vida. Desde nuestra experiencia como psicólogos, querer que los hijos los vean como amigos más que como padres, es uno de los mayores errores educativos.
Los límites con los amigos
Otro tanto sucede con las amistades. El sentimiento de atención puede ser tal, que prácticamente nos convertimos en esclavos permanentes de lo que otros quieren. No nos atrevemos a cancelar una cita cuando estamos cansados o no nos apetece, nos sentimos obligados a hacer favores que comprometen nuestra vida; no nos negamos, estamos siempre dispuestos. Somos unos ‘espléndidos amigos’, estamos para todo.
Imagínate la amiga que siempre quiere quedar contigo para contarte sus problemas, aunque a ti no te interesen o te venga mal quedar cuando llama. O imagina también, el amigo que te pide dinero que nunca te devuelve, o los amigos que tienen tendencia a presentarse en casa sin avisar, o los que hacen planes implicándote más allá de lo que deseas.
Todos estos ejemplos muestran que, sin pretenderlo, nos hemos mostrado siempre dispuestos a agradar, a estar en todo, a dar, evitando poner límites por temor a molestar, ser malos amigos o a decepcionar. Evidentemente, les hemos acostumbrado y hacen lo que sienten que pueden hacer.
Los límites en el trabajo
En este ámbito las cosas parecen más complicadas. Lo más frecuente es no saber poner límites por temor a perder el trabajo, incluso ante prácticas y exigencias laborales abusivas. En muchas ocasiones este temor puede ser real, las presiones en determinadas empresas a veces son muy claras: ‘Aunque tengas una reducción de jornada por maternidad, no pasa nada porque te quedes un poco más’, ‘si estás de baja, puedes trabajar desde casa’, ‘aquí nadie se marcha a su hora, tu verás’, ‘necesitamos que estés localizable estas vacaciones’, ‘este fin de semana te mandaré un documento que quiero que leas y me respondas’, etc. Es decir, determinadas empresas consideran que, en el orden de prioridades personales, el trabajo y el compromiso con la empresa es lo primero. Poner límites en efecto, podría dar problemas; supondría no adaptarse a la ‘cultura de la empresa’, como se suele decir.
Pero a todo esto se une el propio miedo e inseguridad personal, el temor a ser despedido, a decepcionar, sobre todo si se piensa que se tiene un trabajo difícil de encontrar o que, simplemente, se necesita. Sin embargo, es importante identificar qué limites están siendo sobrepasados por nuestra propia inhibición o miedo, y cuales son reales y objetivos. Y estos últimos también deberían ser afrontados de la forma más asertiva y adecuada posible.
Los límites con la familia
Los problemas tanto con la propia familia de origen como con la política son una extensión del estilo y educación imperante. En el caso de la pareja, cuando las expectativas y deseos de ambas familias se muestran con claridad pueden interferir en la vida e intimidad de la pareja. Cada cónyuge se siente obligado, reproduce en la pareja, sus antiguas dificultades con sus padres.
Al mismo tiempo, hemos visto con frecuencia como muchos padres sienten que tienen un derecho vitalicio sobre sus hijos, estén solteros o casados. Para eso son sus hijos, dicen. Obviamente, esta presión determina problemas tanto personales como conyugales. Determinados estilos de educación o dependencias paternas pueden hacer de los hijos auténticos desgraciados si estos no saben mantener determinados límites. El problema es que, al ser sus padres, en muchas ocasiones, sienten que tienen una deuda perpetua, ‘lo han dado todo por mi’, ‘se han sacrificado toda su vida por mi’, ‘son mis padres’, etc. Y dicha deuda, incluso, en ocasiones se les recuerda claramente: ’después de todo lo que hemos hecho por ti, nos vienes con esto’.
Esta dificultad en los límites se relaciona, como hemos visto, con la educación recibida, la presión o dependencia con los padres, el temor a enfadarlos, el sentimiento de culpa, de ser un ‘mal hijo’, un desagradecido. Si las actitudes de los padres entran dentro de la convivencia en pareja, realmente las dificultades de uno arrastran siempre al otro, creando de problemas y enfrentamientos.
¿Cuál es el equilibrio?
Es evidente que no podemos atender en todo momento solo a nuestras necesidades con el entorno olvidándonos de los demás. Es necesario un equilibrio. Pero tampoco podemos estar en el otro extremo, sin atrevernos a poner límites cuando es preciso.
En el primer caso, priorizando solo las propias necesidades y deseos, nos convertimos en candidatos a la soledad e inadaptación; en el segundo caso, se tienen todas las papeletas para desarrollar problemas de ansiedad y depresión. Entonces, ¿qué es lo correcto entonces?.
En este sentido, siempre ofrecemos en nuestra consulta el símil de la balanza: en un lado está la atención a las necesidades de los demás, en el otro las propias. Pues bien, a lo largo de la vida, en la balanza tiene que pesar más la atención que se ha prestado a uno mismo, a las propias necesidades. Ahora bien, dicha balanza no puede estar totalmente inclinada hacia uno u otro lado, como hemos dicho; tiene que haber un equilibrio, una oscilación entre lo que se da a los demás y a uno mismo, pero siempre inclinándose a nuestro favor, lo que hemos hecho por nosotros. Esto, si bien puede parecer egoísta, es uno de los principales ejes sobre los que se apoya la autoestima y la salud mental.
Así, la pareja necesita límites para funcionar, tanto entre los cónyuges como frente al exterior. Ninguno de los miembros de la pareja debe sentir que tiene ‘barra libre’ sobre el otro; no hay que olvidar que cada uno tiene un pasado y una individualidad que se tiene que respetar. Igualmente, la pareja como unidad, debe poner límites al entorno, sean amigos, familia o hijos.
Con respecto a éstos, aunque son muy importantes en la pareja, nunca deben serlo más que la propia relación en la que han nacido. Cuando un padre o madre consiente todo y da permanentemente más peso e importancia a un hijo que a su propia pareja, de alguna forma está gestando el fin de la relación. No hay que olvidar que, en las diferencias en el estilo de educación se encuentra una de las principales razones de los enfrentamientos y rupturas. Los hijos, por su parte, necesitan la seguridad de unos padres unidos, con límites claros, de los que hayan vivido amor, pero también aprendido lo que se puede y no se puede hacer en la vida.
Igualmente, poner limitaciones a la familia de origen, a los padres, con frecuencia produce profundos sentimientos de culpa. Se siente como egoísmo, desagradecimiento o ser mal hijo. Sin embargo, no saber hacerlo puede destrozar una vida. Tengo un paciente que a sus 58 años todavía vive con sus padres porque nunca se atrevió a independizarse por miedo a ser un mal hijo que les abandona. Cada vez que intentaba salir de casa, se encontraba con un drama. Al igual que los padres deben saber poner límites a los hijos, los hijos, al llegar a una edad, deben saber ponérselos a los padres, principalmente si estos sienten que un hijo es ‘una propiedad’ que debe agradecerles lo que se ha hecho por él.
Con los amigos otro tanto. No se debe sentir, ni nadie tiene porqué hacer sentir a otro, que es mal amigo si pone límites o con frecuencia antepone sus intereses. En las relaciones con los amigos es fundamental buscar el bienestar en la propia relación, no en tratar de caer bien o actuar ‘como un buen amigo’. Si alguien te quiere o te busca solo por lo que das, por tu permanente disponibilidad sin atender a tus necesidades, es mejor alejarse. Pero también plantéate que, al fin y al cabo, eso es lo que has ‘vendido’ en tu afán por conquistar afecto. Es necesario buscar el equilibrio con las amistades, dando y recibiendo.
El trabajo, puede parecer algo más complicado en la medida en que en ocasiones están en juego nuestra estabilidad profesional e ingresos. Aun así, es necesario plantearnos hasta qué punto no sabemos poner límites por nuestro habitual miedo e inseguridad, o porque estamos en un entorno difícil. No obstante, hay que tener en cuenta que para ninguna empresa es fácil prescindir de una persona válida. Por ello, ‘decir que si a todo, es un error; una negativa valiente y educada también se valora. Hay que atreverse, de lo contrario siempre serás víctima de ti mismo’, como dice siempre una buena amiga.
En suma, hay que saber pedir, al igual que hay que saber dar. Paradójicamente, en contra de lo que creemos, dar sin saber poner límites, no nos va a proporcionar un mayor afecto de los demás. El afecto se encuentra muy unido al respeto que se nos tiene, y este se gana sabiendo dar, pero también pensando en nosotros.
(Una versión más reducida de este post ha sido publicada en El Publicista el 7 de Octubre de 2022)
José de Sola
DE SALUD PSICÓLOGOS / Psicólogos en Madrid / Psicólogos en Málaga