Desde el principio de la historia, la medicina ha intentado explicar el origen de las enfermedades y el mantenimiento de la salud.
A partir del desarrollo del método científico basado en la evidencia y el aumento de las tecnologías, nos basados en un modelo biologicista, donde la enfermedad se entiende como una anomalía en el funcionamiento correcto del organismo.
Se objetivan lesiones, agentes patógenos , se elaboran protocolos de actuación y, gracias al avance farmacológico, a cada alteración le corresponde un fármaco que contrarresta, potencia o restituye el buen funcionamiento del organismo.
Se han conseguido grandes avances, con un aumento de la esperanza de vida en el mundo occidental, principalmente gracias a la erradicación de enfermedades infecciosas y la cirugía. Y sin embargo, seguimos enfermando, con un patrón distinto, hacia las enfermedades crónicas.
A pesar de todos los avances científicos y el conocimiento cada vez más preciso del funcionamiento de nuestros órganos, estabilizamos pero no curamos.
¿Y qué ocurre cuando ni siquiera objetivamos lesiones físicas que justifiquen el cuadro clínico que presentamos?
Ah, la respuesta es mandarlo al cajón desastre de “los nervios”. Ese mundo intangible, impreciso e incómodo, tanto para la comunidad científica como para la sociedad, como son las emociones.
Fijémonos en el concepto de la Salud de la OMS de 1948: La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Es decir, no todo es biología. El cuerpo tiene mente y se relaciona socialmente con el entorno.
Y una alteración de una o varias áreas supone un desequilibrio del bienestar. Es a mediados del siglo XX cuando comienza a desarrollarse cada vez más una nueva disciplina, la Medicina Psicosomática, que estudia los fenómenos psicosomáticos y las relaciones entre factores sociales, psicológicos, y de comportamiento en los procesos del cuerpo y la calidad de vida de los humanos y animales.
O ya más en la década de los 90, la Psiconeuroinmunología, que estudia la relación de la psique, el sistema nervioso central, el sistema inmune y la endocrinología.
En conclusión, cuerpo y mente no van separados. No somos un conjunto de células con una función determinada, sino que la relación entre ellas y el mantenimiento del equilibrio viene determinado por la manera en que cubrimos nuestras necesidades básicas.
El instinto de supervivencia, de protección y de amor se ven ahogadas en un mundo que corre a más velocidad de la que nos podemos adaptar y donde la lógica y la razón priman sobre las emociones. Sin embargo, el intentar obviar algo no hace que desaparezca, sino que se transforma en aquello que podemos interpretar, nuestro cuerpo.
Aparecen síntomas y entidades clínicas que no sabemos explicar por el método tradicional y que crean gran malestar y limitación y comenzamos el baile de medicamentos para paliar, no siempre de forma eficaz, los síntomas, que siguen apareciendo o modificándose en otros.
Y, sin embargo, cada vez son más los estudios donde se demuestra la gran eficacia de la psicoterapia en la curación o, al menos, en la buena evolución y control de este tipo de enfermedades, principalmente la fibromialgia, como la más estudiada.
Así que, la próxima vez que alguien le diga que lo suyo es de los nervios, sonría agradecida y busque un buen psicoterapeuta que le ayude a resolver ese conflicto emocional pendiente.
Dra. Sonia Palma Rodríguez
Médico psicoterapeuta en DE SALUD PSICÓLOGOS