¿Personalidad generosa o dependiente?

Muchas personas son de naturaleza generosas, y es de agradecer gente así en el mundo. Sin embargo, en algunos casos la generosidad puede llegar a ser excesiva, un signo de dependencia. En efecto, un exceso de generosidad crea deudas a los demás impagables e incómodas. Porque no es lo mismo hacer un favor cuando se necesita que ofrecerse, hacerlos de forma constante sin que se pida.

Esto se une al mismo tiempo con ese sentimiento de tener que estar siempre disponible, con la convicción de que es más adecuado pensar primero en los demás que en uno mismo. Este tipo de personas son capaces de sacrificar sus planes, proyectos, su vida, en favor de los deseos y necesidades de otros. Directamente se ‘inmolan’ por los demás.

Como psicólogos hemos observado que ambas expresiones de generosidad, ofrecerse constantemente o estar siempre disponible, habitualmente complementarias, no son gratuitas y suelen tener consecuencias psicológicas importantes.

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¿Pensar en uno mismo es malo, egoísta?

En absoluto. De hecho, dentro de unos límites, es el camino más adecuado para sentirse bien. Diversas influencias culturales, sociales y religiosas han calado profundamente elogiando el valor de la ayuda, del sacrificio por los demás. Es una forma de ser muy aceptada, admirada y recompensada socialmente. Pero, sin determinados límites, el coste psicológico puede ser elevado.

Es obvio que en sociedad, en familia, en el trabajo o en pareja, no podemos pensar primero siempre en nosotros, la convivencia sería imposible, nos quedaríamos solos. Sin embargo, el extremo opuesto tampoco es adecuado. Desde hace mucho pervive en nuestra cultura la idea de que pensar en uno mismo es egoísta, inadecuado. Bajo dicha idea se asume que anteponer los propios intereses a otros, es malo, de mala persona. Esto es un error que con el tiempo tiene consecuencias psicológicas. Uno puede, debe y está obligado a vivir su propia vida y disfrutar, de ser su propia prioridad. Debemos ser el centro de nuestra vida. Esto no implica olvidar a los demás, sino darnos la importancia que nos merecemos y priorizarnos siempre que sea posible. Recuerda que si no piensas en ti, lo más probable es que nadie lo haga.

¿Generosidad o dependencia?

Como psicólogos estamos muy acostumbrados a escuchar en nuestra consulta expresiones tales como ‘total, no me cuesta nada’, ‘no me importa hacer favores’ o ‘me encanta ayudar a los demás’. En general, dicho así, estaríamos ante personas generosas. Pero cuando es una costumbre, algo constante por encima de los propios intereses, nos encontramos con personalidades muy dependientes que necesitan de los demás y temen el abandono, olvido o rechazo si no están siempre disponibles cuando se les solicita.

Como hemos indicado, otra expresión de esta dependencia se basa en la disponibilidad constante, con ofrecimientos y favores no solicitados. Esta es una forma, no siempre consciente, de comprometer a los demás asegurándose un lugar e influencia en sus vidas. Este tipo de personas suelen tener muy presente al final todo lo que han hecho y reaccionan con disgusto u hostilidad cuando no logran la influencia que esperan como compensación de sus favores.

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¿Cómo es la personalidad dependiente?

La personalidad dependiente necesita de los demás en todo momento, teme el olvido o el abandono, busca ser centro de atención y estar presente en la vida de otros. Por eso invierte grandes esfuerzos en atenciones, favores, o prioriza los intereses de los demás a los suyos propios. Siempre está pendiente de poder hacer un favor, o es incapaz de negarse a los que le piden.

Inevitablemente esto genera problemas psicológicos y sociales. Al final, los demás perciben esta dependencia, se acostumbran a esta disponibilidad lo que acaba convirtiendo esta forma de ser en un bucle del que es difícil salir. Este tipo de personalidad también puede ser incómoda en la medida en que su disponibilidad y ofrecimientos acaba comprometiendo más allá de lo deseado.

Consecuencias de la dependencia psicológica

Olvidarse de uno en favor de otros, no es una buena idea. Las consecuencias son obvias: sentimientos de soledad, depresión, disminución de una autoestima que ya estaba afectada. Pero sobre todo suele haber enfados y tristeza: aparece el sentimiento que lo mucho que se ha hecho y lo poco que se recibe a cambio. En efecto, el entorno se ha adaptado a esta personalidad siempre dispuesta a hacer favores, pero sin reciprocidad.

Como psicólogos solemos ver a pacientes enfadados porque no se sienten recompensados después de ‘todo lo que han hecho por los demás’. Es el precio de la dependencia, de haber renunciado a lo propio, de haber acostumbrado al entorno, o de haber intentado mantener una influencia con sobreabundancia de favores que nunca se pidieron.

Por lo tanto, ¿qué hacer?

Sinceramente, pensar en uno mismo no solo no es malo sino conveniente para la salud psicológica. De hecho suele ser el mejor camino para obtener el respeto de los demás. Temer a ser rechazado, olvidado o no querido si uno no se presta a todo lo que le piden, no es más que un temor. Temer a no estar en la vida de otros si no se está pendiente constantemente del entorno es otro temor. Querer ‘cobrar’ todos los favores que se han hecho, aunque no se hayan pedido, no solo es injusto sino la mejor forma de quedarse sin amigos.

José de Sola
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Publicado en Relaciones sociales, Trastornos de personalidad.