No tenemos experiencia en pandemias, es decir en la extensión de un virus a nivel mundial. Esto lleva inevitablemente a dos tipos de comportamientos posibles entre la población, observados en la actual crisis del COVID 19 o coronavirus: Negación del peligro o miedo incontrolado.
La negación del peligro: Esto no va conmigo. Cuesta trabajo percibir una amenaza que no es directamente observable. Un virus no es un peligro que podamos ver ni sentir salvo en aquellos casos en los que se ha padecido o vivido su impacto directo entre amigos o familiares. No disponemos de mecanismos psicológicos de alerta ante algo nuevo, no observable directamente.
Al mismo tiempo, tampoco tenemos experiencia en este tipo de crisis, con este virus, con lo cual no existen referencias anteriores previas dentro de nuestro repertorio de conductas, habilidades o pensamientos que nos preparen para una acción eficaz. Otra cosa sería estar ante una crisis como el Evola, virus del que ya estamos lo suficientemente informados de su peligro y mortalidad como para actuar y protegernos, incluso con pánico.
Psicológicamente existe en todos nosotros el mecanismo de defensa de negación de la realidad. Dicho mecanismo intenta liberarnos de la angustia y se expresa en la negación y convencimiento más absoluto de que lo que está sucediendo no existe, o no va con uno. Creemos que esto le puede pasar a los demás, no a mí.
Miedo incontrolado, a lo desconocido. Otro tipo de comportamiento posible se expresa precisamente de forma contraria. Las mismas razones antes indicadas que explicarían la desconexión, negación de la realidad e imprudencia de algunas personas, actúan por el contrario en otras como detonantes de conductas de angustia, pánico y ansiedad. No olvidemos que la ansiedad es un mecanismo de defensa que nos alerta frente a un peligro, real o imaginado y su utilidad es prepararnos para la acción, para la autodefensa o autoconservación.
El problema de la ansiedad es que la percepción de peligro está mediada siempre por factores personales y psicológicos, es totalmente subjetiva. Así, las personas que han tenido una trayectoria de vida con experiencias traumáticas, inseguras, que se sienten frágiles en el mundo, sin un apego sólido con figuras significativas durante su infancia, que han aprendido a vivir con miedo o a quienes de alguna forma les han enseñado que el mundo es peligroso en donde hay que estar siempre preparado, alerta para lo peor, son las más proclives para reaccionar con pánico o miedo incontrolado. Esto es lo que lleva a llenar las consultas médicas con alarmas frecuentemente injustificadas o a comprar desmesuradamente en los comercios e hipermercados.
Desde una perspectiva mucha más directa, y a modo de ejemplo, estas dos posturas las podemos ver reflejadas de forma cotidiana en las enfermedades ya conocidas. Con frecuencia se nos advierte del peligro de llevar una vida poco saludable para prevenir determinadas enfermedades, muchas mortales. Ante esto, es frecuente la negación de esa realidad, o sentir que las advertencias no van con uno.
Por el contrario, también encontramos en otras personas una hipersensibilidad personal y miedo vital que se traduce en un comportamiento hipocondriaco, de forma que cualquier molestia física se percibe como peligro inminente de enfermedad mortal, de muerte, de uno mismo o de los seres más queridos.
Ninguna de estas dos actitudes y comportamientos ayudan en la actual crisis del coronavirus. Sin embargo, nada puede reprocharse dado que, como en todo, es muy probable que el punto medio sea el más adecuado.
José de Sola
DE SALUD PSICÓLOGOS / Psicólogos en Madrid / Psicólogos en Málaga